Cuando mi marido y yo estábamos buscando una casa para comprar, uno de los requisitos era que tuviera dos recámaras extras: una para que fuera mi oficina y otra para tenerla para visitas. Entre las visitas que siempre teníamos era el hijo de mi esposo. Venía al menos una vez al mes a quedarse a dormir con nosotros pues organizábamos tardes de juegos, pelis y cenas juntos. Al día siguiente desayunábamos juntos y cada quien hacía su día; el hijo regresaba a su casa con su mamá o se iba a entrenar deporte. Así fue desde que conocí a mi marido. Antes vivíamos en un departamento chiquito, pero era suficiente ya que no pasaba mucho tiempo en NED porque no tenía mi permiso de residencia. Y cuando decidimos comprar casa, era porque la hipoteca mensual era mas o menos lo que pagábamos de renta. En fin, esa es otra historia.

Encontramos casa, que nos fascinó a los dos. Fue una tarea difícil, porque mi marido y yo tenemos gustos diferentes. Así es que encontrar algo que nos gustara a ambos, fue casi un milagro. La casa que compramos tenía dos recámaras, pero contaba con el espacio para construir un tercer cuarto. Lo pusimos en el bucket list de cosas que queríamos hacer, pero por el costo (aprox 36mil €) decidimos ahorrar primero y ya después hacerlo. Te cuento esto, porque la recámara que sí estaba, se convirtió en MI ESPACIO, mi oficina; pero también pusimos una cama individual, que yo decoraba como sillón, así cuando viniera su hijo o mi hermana, se pudieran quedar ahí. Pero el 98% del tiempo era solo mi oficina.

No sé si sepas, pero tiene aproximadamente dos años y cachito, que el hijo de mi esposo se vino a vivir con nosotros. La razón es dolorosa; duele saber que a tan corta edad haya tenido que pasar por una pérdida tan grande. Su mamá tenía una enfermedad terminal y cuando ella dejó este mundo físico, decidimos que se viniera con nosotros. No queríamos que pasara su duelo sin nuestro apoyo y cariño.

Ahí fue cuando mi “oficina” dejó de serlo. Tomé todos mis libros y cosas que tenía ahí adentro, y las metí en unas cajas que fueron a dar al garage. Algunas cosas sí me quedé afuera, porque las necesitaba (lapices, stand de computadora, etc). Dejé el escritorio, un sillón que tenía y un tapete con una frase motivadora. Todo lo demás lo saqué.

Luego compré unas cositas para el chiqui (no tan chiqui) para que se sintiera en casa. Le ayudé a instalarse y hasta un día hicimos un día de limpieza donde le enseñé a doblar su ropa para tenerla más ordenada –pero esa también es otra historia.

Claro que en ese momento, mi marido y yo decidimos que era el momento para construir la tercer recámara. Pero nuestra sorpresa fue que el permiso de construcción había caducado. Aquí todo es muy burocrático y no puedes hacer lo que se te hinche. Fuimos al city hall a meter nuestra solicitud para renovar el permiso que teníamos y ¡nos lo dieron! Pero ¡oh sorpresa! en menos de dos semanas, nos llegó una notificación que revocaban tal permiso por una queja del vecino. Alegaba –el vecino– que al construir nuestro 3er cuarto, el iba a perder el sol que le daba a su patio en las tardes de invierno. El gobierno nos hizo hacer unos “sun charts” para ver qué tanto sol perdería el vecino, y así debatir si darnos o no el permiso. No te hago la historia larga, solo te digo que nos fuimos a más de un año en pleito y acabamos en la corte dando nuestros puntos de vista. ¿Al final? seguimos sin el permiso.

En el inter de todo esto, y en estos dos años que han pasado, mi computadora y mis “chunches” acabaron en la mesa del comedor de nuestra casa. Sí, dejamos de tener mesa para comer jajajaja. Y yo me sentía culpable que mi “tiradero” era imposible de cubrir, sobre todo en épocas de mucho trabajo. Poco a poco me fui marchitando. Y si no sabes de ese periodo, te invito a leer el post de “un remolino en mi cabeza”.

El caso es que mi marido me vio tan infeliz o incómoda, que me dijo “¿qué tal que te hago una oficina temporal en el garage? en lo que este pleito se arregla”. Y pues al principio refunfuñé porque ahora iba a resultar que me iba a ir al garage!! jajaja. Empezó a idearse todo en diciembre, y cada tarde, le dedicaba un par de horas a mover cosas y empezar a construir. En febrero que me tuve que ir a México para trabajar, el no iba ni al 5% de trabajo. La verdad es que pensé que mi oficina del garage vería la luz del día hasta el 2025! No que no tuviera fe en mi marido, pero hay que ser conscientes del tiempo que se tiene a disposición y hay que ir a trabajar todos los días.

Cada que iba a México, me inflaba de energía, pues llegaba a mi oficina de allá y me expandía como pulpo. Allá tengo un espacio grande, con un escritorio enorme (a mis ojos es enorme). Y así, este año me fui a México a trabajar y se suponía que iba a regresar en abril, pero ¡oh pandemia! me quedé varada allá. Y mi marido aquí en europa — los dos encerrados en cuarentena. Así fue que aprovechó el tiempo de encierro y antes de que yo regresara, el ya tenía terminada mi oficina.

Le quedó increíble y yo soy la más feliz. De verdad, me han cambiado los días. Y el hecho de que lo haya construido mi marido con sus manitas, lo hace mucho más especial de todo. Es un espacio lleno de amor <3 y es como mi “man cave”.

 

¿Tú tienes un espacio que es solo para ti que ames?

Melanie